Pienso líquido para personas sin tiempo ni dinero

¿Puede ser este el alimento del futuro?




Empresas que venden pienso líquido para personas sin tiempo y con poco dinero

Algunas empresas proponen que nos alimentemos con pienso líquido. No es una metáfora. El pienso, en buena parte de sus elaboraciones, es un alimento compuesto de los nutrientes que el ganado requiere para cubrir sus necesidades de subsistencia. Aunque esta es una definición algo timorata: los granos no se diseñan para la supervivencia de la res, sino para la satisfacción de las exigencias de producción del mercado. Empresas como Huel proponen el uso de sus preparados para los días laborables: cuando el ritmo de trabajo no te permite pararte a comer con los dientes y el olfato.

Huel vende un polvo de nutrientes para hacer batidos. Su misión, explican en su web, es «hacer alimentos nutricionalmente completos, convenientes y asequibles, con un impacto mínimo en el medio ambiente y en los animales». La fórmula fue diseñada por James Collier, un experto en nutrición.

Los polvos se componen de avena, proteína de guisante, de arroz integral, aceite de coco, una mezcla de vitaminas y minerales, y un edulcorante. Han diseñado 10 sabores, entre los que están el caramelo, fresa, chocolate, cacao, piña o crema pastelera.

Aseguran que todos los productos son veganos y de origen ético y sostenible: «Significa que tenemos un impacto ambiental mucho menor en el planeta que muchos otros productos alimenticios». Su propuesta, su mensaje, se articula en torno a la idea del hombre y la mujer posmodernos: ocupados, activos, que no disponen de tiempo, pero sí desean vigilar y medir su nutrición para mantenerse saludables y que, a la vez, se ejercitan en algunas parcelas de la conciencia social, en este caso, el veganismo.

Esa idea, la de no disponer de tiempo, se presenta como una derivada feliz de la proactividad y la entrega al trabajo. «Puede tomarlo en cualquier momento, nuestros clientes lo usan con frecuencia cuando no tienen mucho tiempo; con Huel, disponen de algo saludable que no cuesta mucho dinero», explican desde la empresa.

La economía es otra de las teclas que pulsa la empresa: una comida completa cuesta 1,80 euros, y si te suscribes, el coste se rebaja a 1,50. Una propuesta perfecta para trabajadores precarios.

La idea se le ocurrió a Julian Hearn, el fundador. «Le gustaba hacer ejercicio y tomar bebidas con proteínas. Después de un tiempo tuvo la idea de que facilitaría mucho las cosas si hubiera un licuado que pudiera proporcionar todo lo que el cuerpo necesita», cuentan.

La iniciativa, no obstante, no es nueva. Hace unos años surgieron proyectos como Soylent o Joylent. Rob Rhinehart, ingeniero de San Francisco y creador de Soylent, harto de cocinar, saborear, masticar, tragar y fregar los platos, decidió crear unos polvos para beberse la comida. Ahora, vende botellas de 400 kilocalorías en EEUU y Canadá. Rhinehart, ahora, no come; reposta. Desde Huel, opinan que su producto tiene «mejor sabor y mejores ingredientes», pero aclaran que sus predecesoras tienen «excelentes productos». «Sería como competir entre dos tipos de sándwiches», compara. ¿Es sano beber comida?

El nutricionista y profesor de la Universidad San Jorge Juan Revenga cuenta a Yorokobu que la idea es todavía más antigua que la aparición de Soylent en 2013: «Lo novedoso es la aplicación del producto, pero el producto como tal tiene tanto tiempo como la primera fórmula enteral empleada en el ámbito clínico. Son preparados líquidos o pastosos que se administran a un paciente que ha sufrido una cirugía que le impide masticar o tragar, y se aplican por vías nasogástricas o nasoduodenales (de la nariz al estómago o al intestino)».

En estos casos es algo transitorio, pero Huel o Soylent lo sugieren para la ingesta diaria. «Si el cliente quiere, puede tomarlo tres veces al día, pero recomendamos beberlo no más de dos y darle al cuerpo un poco de comida de verdad», apuntan desde Huel.

Sin embargo, la aplicación frecuente plantea problemas. Los batidos, en realidad, ni siquiera son equiparables al pienso porque este es sólido y se adapta mejor al diseño del aparato digestivo. «Tenemos una fisiología preparada para comer alimentos, no beberlos. La mandíbula está para moverla», detalla Revenga.

«La ausencia de masticación hace que el nivel de saciedad no llegue de la misma forma». Pone un ejemplo: uno difícilmente vaya a comerse dos naranjas seguidas, sin embargo, esa misma persona se bebe tranquilamente un zumo de naranja en poco tiempo y quizá hasta se tome dos seguidos. «Y en un solo vaso de zumo te has metido la energía correspondiente a tres naranjas», precisa.

El mayor punto de discordia se encuentra en la frecuencia de la ingesta, tanto a nivel nutricional como social. Una cosa es consumir el brebaje en situaciones contadas y otra, convertirlo en elemento básico de la dieta.

«Robert Rhinehart, fundador de Soylent, proponía esto para toda la vida de Dios, de lunes a domingo: comida astronáutica… Si seguimos ese patrón, dónde queda ir a casa de un amigo a comer. Se desvirtúa el acto de la comida que es una faceta intrínsecamente humana: nos reunimos para comer, celebramos comiendo», critica el profesor de la Universidad San Jorge.

Otra nutricionista, Nuriá Diánova, del Centro de Investigación Clínica de Moscú, mostró alarma sobre la posibilidad de sustituir alimentos por los polvos de Soylent. Según explicó a Russia Today, puede causar «la reducción de jugos digestivos y de la motricidad gastrointestinal, lo que puede llevar al crecimiento excesivo de microbios patógenos y al deterioro de la síntesis de vitaminas como las del grupo B».

El nombre de la primera de estas empresas, Soylent, se inspira en una película de ciencia ficción de 1973. La cinta narraba un futuro distópico situado en el año 2022. La contaminación mata el planeta y los humanos están segregados. Por un lado, una élite que dispone de alimentos sólidos y, por otro, la masa, que subsiste con un agua y un sucedáneo de comida: el soylent.

Muchas de las obras literarias y cinematográficas que imaginaron distopías planteaban escenarios en que un grupo de privilegiados imponía a una mayoría unos modos de vida antinaturales y tóxicos. El tiempo parece ir demostrando el error de perspectiva: es la gente la que, voluntariamente, va asumiendo conductas que hace décadas se habrían considerado distópicas.

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